Nota del editor: Fernando Berckemeyer es un periodista peruano egresado de la Pontificia Universidad Católica de Perú con maestría en leyes de Harvard. Es el vicepresidente regional de la Comisión de Libertad de Prensa de la Sociedad Interamericana de Prensa. Es director del periódico El Comercio (2014-2018).
(CNN Español) - El incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro, con más de veinte millones de piezas, es una tragedia más grande de la que en general se está comentando. Y es que cuando se calcula lo que una pérdida así significa, se suele tomar en cuenta sólo lo que ya estaba ahí: los objetos. Lo que en cambio no se considera es lo que esos objetos guardaban adentro. Es decir, lo que su estudio futuro podía seguir revelando sobre las culturas y los hombres que los produjeron.
Es difícil exagerar la importancia que tiene esto cuando se está frente a objetos de mundos sin escritura, como sucede con buena parte de las piezas perdidas en este incendio. Las creaciones artísticas son la principal puerta de entrada a los pensamientos y experiencias de las culturas ágrafas. Consiguientemente, la quema de un museo como este se parece a la quema de una biblioteca insustituible; algo así como el incendio de la biblioteca de Alejandría, con el que se perdió, para siempre, buena parte de las puertas al conocimiento del mundo antiguo.
Lo anterior da una buena idea de qué tan grave es el estado de postergación en que la mayoría de Latinoamérica tiene a buena parte de su muy rico patrimonio cultural. La del Museo Nacional de Brasil, después de todo, ha sido una muerte anunciada. Y largamente anunciada. Ya en 1978 el diario O Globo titulaba una de sus notas sobre el museo así: “Un blanco fácil para el fuego”.
Y en el Perú, por usar un ejemplo del lugar con el más rico patrimonio arqueológico en América del Sur, únicamente 8 de los 56 museos inscritos en el Sistema Nacional de Museos cuentan con el certificado de seguridad que el estado exige para todos los locales abiertos al público.
Ojalá que la quema del Museo Nacional de Brasil sirva para poner las barbas en remojo al resto del subcontinente en lo que toca a los riesgos en que vive su patrimonio cultural. Nuestras naciones tienen que asumir que la forma como cada una trata a lo que le legó su pasado es un reflejo de su nivel de autoestima y, por ello, de su compromiso con su futuro.
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